sábado, 4 de abril de 2015

Lo difícil


Reflexiones de Crávindon:


¡Cómo se complica la vida la gente! A lo fácil nos acostumbramos rápido y lo difícil nos atrae. Es así. Qué típico eso de ignorar al que te persigue y perseguir al que te ignora.

Funcionamos por necesidades. Algo nos llama la atención cuando es nuevo, cuando no lo conocemos, cuando nos desconcierta. Ahí nace la necesidad de descubrirlo. Una vez lo vas descubriendo y te gusta lo que descubres, va surgiendo paralelamente otra necesidad sin que te des cuenta: la necesidad de ser valorad@ por esa persona. Te esfuerzas en llamar su atención o te haces el/la difícil para que esa persona sea la se esfuerce. Aquí el camino se bifurca en dos. 

Hablemos primero de ese camino estable, llano, fácil de transitar. Has conseguido captar la atención y el interés de esa persona. Esa persona te halaga con frecuencia. Te sienta bien y sigues caminando. Esa persona se abre a ti y empiezas a conocerla a fondo. Sigues caminando. Esa persona te da sinceras muestras de que le encantas. Sigues caminando y te paras un momento. Algo no cuadra... Piensas, ¿por qué no me siento tan bien como creía que me sentiría? Porque ya has saciado tu necesidad. Por eso te paras. Miras atrás y te das cuenta de lo fácil que ha sido transitar ese camino. Esa necesidad del principio ha tardado muy poco en saciarse y no ha habido tiempo para la emoción ni la intensidad con la que en el fondo nos gusta experimentar las cosas. Vuelves atrás, te echas atrás. 

Y esto nos lleva al segundo camino, al inestable, pedregoso, lleno de baches, difícil de transitar. No consigues captar la atención de esa persona, o sí lo consigues pero no de la manera que tú quieres. No te halaga, no coge tus indirectas. Te sienta mal, pero te empeñas en seguir caminando y tropezándote. Esa persona no se abre contigo, sigue conservando su halo de misterio, sigue dejando insaciada tu necesidad de descubrirla, te deja con más preguntas que respuestas, te genera incertidumbre en lugar de estabilidad, pero tú decides seguir caminando, tropezándote y golpeándote. ¿Por qué? ¿Vale la pena? Es lo que te sueles preguntar cuando estás en medio de ese camino. Entonces te paras, miras atrás y te das cuenta de lo difícil que ha sido transitarlo. La necesidad sigue sin saciarse, así que decides seguir adelante. No te sientes bien, pero te sientes viv@. 

A veces, ni lo bueno es tan bueno ni lo malo es tan malo. Es más simple que todo eso. Mientras tengamos una necesidad, esa necesidad tirará de nosotros para que la saciemos, pero una vez saciada, dejará de tirar.

Ahora tú, persona que no se valora, sí, tú, masoquista emocional sin un gramo de amor propio, comprenderás por qué te pasa lo que te pasa. No eres capaz de valorarte y, por eso, te empeñas en buscar personas que te den el valor que tú no sabes darte. Lo gracioso es que cuando consigues que te valoren te aburres y cuando te tratan como a la mierda o pasan de ti te tienen en la palma de la mano. El proceso es sencillo: no te quieres => como no te quieres, no te conoces => como no te conoces, no sabes lo que quieres => como no sabes lo que quieres, no valoras lo que consigues => como no valoras lo que consigues, valoras lo que no consigues. 

Por suerte, no todo el mundo es así. Todo lo que existe existe porque existe su opuesto, y también estamos rodeados de personas que se quieren y se conocen a sí mismas. Como saben lo que quieren, lo valoran cuando lo consiguen. Entonces, ¿hay que ponérselo fácil o difícil a la otra persona? ¿Debería hablarle o debería pasar de ella para que venga detrás? ¿Hay que aparentar y seguir unas reglas o es mejor ser uno mismo? La respuesta a todo esto es que no hay una respuesta, la respuesta es que todo vale. 

¿Conoces a alguien en una discoteca, te gusta, l@ notas receptiv@ y te apetece disfrutar de ese momento? Pónselo fácil. ¿De qué te serviría ponérselo difícil si estás en modo carpe diem?

¿Esa persona que te puede llegar a interesar está mandándote señales pero a ti no te gusta ceder tan fácilmente y además aún no te nace el corresponder a su pasteleo? Pónselo difícil. ¿De qué te serviría ponérselo fácil si te vas a sentir mal contigo mism@?

¿Estás empezando a sentir cosas por esa persona y quieres intentar algo con ella? Háblale. ¿De qué te serviría pasar de él/ella si el "no" ya lo tienes?

¿Todavía le sigues hablando a esa persona que pasa de ti porque está detrás de otr@ que pasa de él/ella? Pasa de ella para que venga detrás. ¿No viene? Hay más peces en el mar.
  
¿Te lo/la quieres llevar a la cama pero sabes que sólo le van l@s mal@s y tú eres un/a buenaz@? Aparenta y sigue unas reglas. ¿De qué te serviría ser tú mism@ si con tu rollo de niñ@ buen@ no le vas a dar morbo? 

¿Quieres seguir conociendo a esa persona porque has notado lo bien que te sientes con ella y ella contigo? Sé tú mism@. ¿De qué te serviría aparentar si hasta ahora los dos se han sentido tan bien mostrándose tal y como son?

Como ves, cada persona es un mundo y cada mundo tiene sus necesidades, por eso no hay reglas estáticas y aplicables a todas las situaciones, sino situaciones a las que adaptarse dependiendo de tus necesidades. Que no te engañen. Eso de "pasa de él/ella y verás cómo viene" o "lo mejor es que seas siempre tú mismo, al que le guste bien y al que no también" no son más que frasería barata. Todo vale. Todo depende de tus necesidades, y mientras actúes conforme a ellas, decidas lo que decidas estará bien decidido.

Algo que le cuesta entender a las mujeres sobre los hombres: las necesidades pueden cambiar de un día para otro.

Algo que le cuesta entender a los hombres sobre las mujeres: mis necesidades no son las mismas que las tuyas en este momento.

Algo que le cuesta entender tanto a mujeres como a hombres: nuestras necesidades son incompatibles ahora mismo.

¿Solución a esto? ¡SER CLARO! Cuando interactúas con alguien, si los dos acuerdan que sea algo pasajero, no hará falta dar muchas explicaciones sobre nuestras necesidades porque nuestros actos lo dirán todo, pero cuando la cosa es más seria, no cuesta trabajo tener consideración con las necesidades de la otra persona y tenerle al tanto de las nuestras. Así evitaremos cambios de humor inesperados, reclamaciones, trabes, falsas ilusiones y todo ese brebaje nocivo que no es sano para ninguno de los dos. Pero espera... No le pidas esto a todo el mundo porque no todo el mundo sabe ser claro. No todo el mundo tiene la capacidad de ser plenamente consciente de sus emociones y de saber comunicarlas. Cada persona es un mundo y cada mundo es libre de decidir si quiere esforzarse en cambiar para adaptarse mejor a otro mundo o quedarse como está. Lo que no se puede hacer es obligarlo. No es ni mejor ni peor que tú, es diferente.

Esa típica frase que tanto has escuchado en boca de hombres, de mujeres y, seguramente, de tu propia boca: "No hay quien les entienda". ¿Te suena, verdad? Esa frase no existiría en un mundo donde hubiera una única regla infalible que funcionara con tod@s, donde fuera todo tan fácil y comprensible. Te gusta alguien, usas la regla de ser directo y le vas a comer la boca directamente. Funciona porque es una regla infalible en ese mundo. Ya está, ya tienes a la otra persona... ¿Sabes qué te digo? Que menos mal que el mundo real no es así, porque sería tan excitante como una carrera de caracoles. Lo bueno del mundo real es que puedes sentir el impacto de una mano estrellándose contra tu cara si usas esa regla con alguien, y que si al siguiente alguien vas de buenas por si acaso que te dé otra hostia, te dice que lo que le gusta es que sean más direct@s. 

Ahí está la gracia, en no saber qué te vas a encontrar cuando alguien atrae tu atención, en descubrir a ese alguien, en diferenciarl@ de otr@s, en reconocer las emociones que despierta en ti y detectar la necesidad que tienes ligada a esa emoción para luego actuar con esa persona en base a esa necesidad, en saber que cualquier cosa que le digas puede hacer que te mande a tomar por culo o que te invite a su casa, en decidir si arriesgar por lograr una victoria o no arriesgar por miedo a una derrota... 

Nos quejamos porque con tantas cosas a tener en cuenta ya no sabemos ni cómo actuar, y nos olvidamos de que el encanto está precisamente en no saberlo, porque así jugamos a descubrirlo. Sin dificultad, no hay emoción.

Admítelo, cuesta nada: nos gusta lo difícil.